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Análisis del crecimiento del VOX en España y sus repercusiones. Reflexión que parte de conceptos del profesor en Ciencia Política, Adam Przeworski.
En España existe una democracia consolidada desde hace décadas. Tras el fin de la dictadura franquista, en 1975, el país ha experimentado un proceso de democratización exitoso caracterizado por la alternancia pacífica en el poder de sus dos fuerzas políticas tradicionales: Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y Partido Popular (PP). Sin embargo, los españoles no están exentos al auge del extremismo político que se está generando a nivel global en los últimos años. Según Adam Przeworski, profesor de Ciencia Política (teórico y analista), en el mundo se intensifica de manera muy rápida la polarización política, la erosión de los partidos denominados “del centro” y la irrupción de los extremos. Para él, estos cambios podrían generar un riesgo para la democracia.
VOX, surgido el 17
de diciembre de 2013, es el partido que representa a la extrema derecha en el
país hispano, con un discurso nacionalista, antiinmigrante y homófobo. En
varias oportunidades, políticos opositores han acusado a sus dirigentes de
fascistas por defender esos valores. En este sentido, la diputada del PSOE
Adriana Lastra, mientras se llevaba a cabo una moción en la Legislatura, a
principio de este año, les dijo: “Llamemos a las cosas por su nombre, son
ustedes un partido fascista. Y no es que lo diga yo, es que hacen gala de ello
en cuanto pueden”.
Cuando hablamos de
fascismos nos estamos refiriendo a un movimiento
político y social de carácter totalitario, desarrollado en Italia en la primera
mitad del siglo XX, que se caracterizó por el autoritarismo, militarismo y una
exaltación nacionalista exacerbada, entre otras características. A raíz de
afirmaciones como las de Lastra y algunas coincidencias con el régimen
mencionado, es que surge la interrogante: ¿Es
VOX un partido fascista capaz de poner en riesgo la democracia? Veamos.
Según el libro “El
fascismo del siglo XX”, del historiador argentino Cristian Buchrucker,
los países en los que se originó este tipo de régimen totalitario presentaron
una oposición muy fuerte a la democracia y al igualitarismo, al menos en una de
las subculturas dominantes. También, es necesario señalar la “brutalización”
que existió en la sociedad producto de la Primera Guerra Mundial, que hizo
posible naturalizar ciertos niveles de violencia. Buchrucker lo plantea en
estos términos: “el momento decisivo para la génesis del fenómeno se dio al finalizar
una guerra de desconocidos niveles de movilización y sufrimiento
extraordinario. Los fascismos se constituyeron
como intérpretes del verdadero sentido de esa guerra”.
La
actualidad española presenta un contexto bastante diferente. Los motivos que
explican el auge de Vox son múltiples y complejos. Según Ismael García Ávalos,
politólogo y editor de Política y Sociedad en la Universidad Complutense de
Madrid, “hay dos fenómenos que convergen de forma favorable para Vox: el
agotamiento del ciclo político iniciado en España a raíz del 15-M y la
Declaración Unilateral de Independencia (DUI) por parte del gobierno de
Cataluña”, por lo tanto, para compararlo con el fascismo es necesario explicar
que pasó.
De
forma un tanto simplificada, se puede decir que el 15-M fue un movimiento
cívico y popular contra la gestión de la grave crisis económica que atravesó
España desde el 2008 y en favor de la regeneración democrática que comenzó en
2011. Este movimiento se tradujo en la creación de dos partidos políticos:
Podemos y Ciudadanos. “Por distintas razones, el auge de Vox coincide con el
agotamiento de este ciclo, que trae causa, a su vez, en el fracaso (total o
parcial) de estos nuevos partidos. Ambos fueron incapaces de entenderse
mínimamente entre sí y de alcanzar acuerdos de gobernabilidad”, dijo Ávalos.
Sobre
la DUI en Cataluña cabe destacar que las consecuencias de aquella decisión
siguen y seguirán impactando en la política española por mucho tiempo. Es
importante entender que la polarización de aquel momento hizo florecer cierto
nacionalismo español que estaba latente en la sociedad. Para Ávalos, “Hay un
nacionalismo celebratorio de la Nación española, beligerante en algunos casos,
que la concibe como una unidad de destino en lo universal. Esta es la
concepción que está detrás de la gente que gritaba entusiasmada ‘a por ellos’ a
las unidades policiales desplazadas a Cataluña, para restablecer el orden
público”.
Luego de comparar
los contextos de cada movimiento, hay que analizar sus ideas. Respecto a VOX,
es válido afirmar que tienen claros rasgos autoritarios de los que se
jactan como, por ejemplo, su propuesta
de ilegalizar a todos los partidos nacionalistas y marxistas. O también, cierta
reivindicación al franquismo. Ahora bien, esto no lo transforma en un partido
fascista. En relación a esta analogía que se intenta verificar, el politólogo y
editor de la Universidad Complutense de Madrid dijo: “Vox expresa cierto
postfranquismo (al que, sin duda, también distinguiría del fascismo), en la
medida que puede subordinarse al neoliberalismo autoritario. Pero esto no
explica su orientación política, ni la de sus bases y su electorado. Me parece
que hay una tendencia generalizada a denominar como 'fascista' todo aquello que
nos provoca profundo rechazo desde cosmovisiones progresistas. Creo que esto es
un error y que nos impide dotarnos de análisis más precisos que sirvan como
herramientas teórico-políticas para afrontar el desafío que formaciones como
Vox representan”
Lo dicho no invalida los terribles puntos de contacto que existen entre ambos fenómenos. A pesar de gestarse en contextos diferentes y responder bajo otras "reglas de juego", el partido de ultra derecha español representa un riesgo, en principio, para los derechos de muchos seres humanos. Para Javier Franzé, profesor de Teoría Política en la Universidad Complutense de Madrid, hay partidos neofascistas y postfascistas. “Los neofascistas son los que quieren volver a la situación predemocrática y los postfascistas aquellos que, aprovechando el vaciamiento cualitativo de la democracia (por ejemplo: la pérdida del sentido antifascista que existía luego de la Segunda Guerra Mundial) intentan, sin tocar la democracia (reducida al sistema electoral), conseguir viejos objetivos”, afirmó.
Para responder la primera mitad de la pregunta (planteada al inicio) es posible afirmar que: la idea de VOX como un partido estrictamente fascista queda descartada, para darle paso al acertado concepto de “postfascista” que introduce Franzé. Pero aún resta analizar si existe la posibilidad de que la democracia española sufra una crisis.
Según Przeworski, las democracias funcionan bien cuando los problemas que surgen en la sociedad se canalizan dentro del marco institucional, en libertad y con paz civil. Es decir, cuando una derrota electoral no resulta intolerable para los perdedores. Además, no niega que existan “desastres” capaces de poner en riesgo la continuidad de las instituciones democráticas. “Las crisis no necesariamente implican la ruptura del sistema. El mismo puede estar en crisis cuando la sociedad vive un desastre económico. Eso no quita que, si éste se resuelve, todo vuelva a la normalidad. Es decir, algunas crisis pueden superarse con reformas parciales”, concluyó.
Ismael García Ávalos tiene una mirada un poco alarmista sobre VOX al verlo como un partido que se sitúa fuera de nuestra Constitución. “La cuestión es que la constitución española no reclama para sí la adhesión de los actores que integran su sistema político. Basta con que respeten el procedimiento reglado para que puedan operar en él. Creo que podría erosionar nuestro ya mermado Estado social, consagrado en la Constitución. ¿Eso quiere decir que la democracia española estaría en riesgo? Esto depende de qué entendamos por democracia”, afirmó Ávalos que, al igual que Przeworski, plantea la importancia de definir el concepto.
Teniendo en cuenta todo lo expuesto antes, se puede concluir que VOX tiene cierta ideología que permite rotularlo como un partido postfascista (utilizando la definición que propone Franzé). Y si bien, hasta el momento, no pone en riego el sistema democrático, en el sentido de su reducción al mero régimen electoral, sí puede erosionar de manera paulatina, hasta poner en "jaque" lo que se denomina como convivencia democrática, ya que supone una amenaza para los derechos y libertades de ciertos sectores de la sociedad, así como también, para los avances necesarios a nivel político, en post de la justicia social.
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